miércoles, 18 de septiembre de 2013

La experiencia marroquí

Hace dos días que volví de mi viaje a Marruecos. Era la primera vez que salía de Europa y viajaba a un país con una cultura bastante diferente a la nuestra.

Lo cierto es que el viaje que he hecho no me ha permitido profundizar en la cultura marroquí, ya que era un viaje organizado y muy encarado al turista. Los marroquíes con los que tuvimos contacto eran personas que se dedicaban al turismo, con lo cual estaban acostumbrados a tratar con los occidentales.

Mientras íbamos en mini-bus por las carreteras de Marruecos de la montaña al desierto, podía ver gente esperando no se qué en los arcenes, bajo un árbol, sentados en el suelo o en una caja. Mujeres y niñas cargaban enormes hatillos de leña, hierba o comida. Bicicletas y motocicletas temerarias, con cascos minúsculos cuando no eran inexistentes. Niños a la caza del turista, intentando venderte cualquier cosa, desde un collar a una pajarita de mimbre, o sino, vendiendo su imagen en una foto por un miserable Dirham (0,10€). En Marrakech, el turista sentía la presencia constante de vendedores, falsos guías y buscavidas. Maneras de vivir, que diría Rosendo.

Pero más allá de las gentes, me impresionó los paisajes por los que pasamos. Los primeros días nos deleitamos con montañas rocosas más allá de los 3000 metros de altura. Fue muy emocionante el ser consciente que habíamos llegado a la cima de una montaña de 4167 metros, el Toubkal. Un reto personal, la sensación de superación física y mental, la alegría de compartir la gesta con unos buenos compañeros de viaje; muchas sensaciones invadían mi mente, mi ser. En la cima, mares de nubes, montañas unas detrás de otras como si no hubiera fin. Y me sentía minúscula ante tanta grandeza y a la vez, grande por estar allí.

Y Marruecos es color arcilla. Muchos poblados estaban construidos con adobe, casas de barro que se camuflaban con el entorno. Era creaciones sorprendentes, sencillas, una mezcla de fragilidad y robustez bastante curiosa. 

Un paisaje para mi realmente nuevo fue el Desierto de Merzouga. Arena naranja, sin mar, sólo arena y de vez en cuando alguna palmera. La experiencia de dormir en una haima como un bereber fue algo divertido. Y montar en dromedario aún lo fue más. Son animales realmente curiosos, con su joroba, su vaivén, su parsimonia y su hábito regurgitador. 


Mi primer viaje de aventura ha sido un éxito. La valoración es muy positiva. Estoy contenta con lo que he vivido y compartido con mis compañeros de viaje: las risas, las canciones, las confesiones, etc. Sin duda, quiero repetir, pero habrá que esperar a la próxima ocasión.

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