domingo, 30 de marzo de 2014

Los mayores

Hay un momento en la vida que te llegan señales irrefutables de que el tiempo pasa y que ya no eres una jovenzuela. 

Una de esas señales es cuando un crío, un mocoso, se dirige a ti como "señora". Una punzada te invade todo el cuerpo, te cae más mal que un kilo de alioli. Y te cabrea, te cabrea mucho. Pero al final, frenas tu impulso de soltarle una fresca al chaval y decides empezar a asumir que ya tienes una edad y te das cuenta que tu madre, cuando tenía tus años, ya había parido tres criaturas.

Otra señal es cuando ves a tus padres ya jubilados. Sus cabellos se vuelven blancos, al lado de su vaso de agua con las comidas hay una pastillita y disponen de tiempo libre. Sí, tiempo libre, aquello con lo que habían soñado porque siempre vivían pensando "ya descansaré cuando me jubile".

Es curioso como el paso del tiempo hace revisar la relación que tienes con tus progenitores. Al menos a mí me ha pasado. De la dependencia cuando eres una niña pasas a la ignorancia durante tu época adolescente. Luego buscas tu independencia y reivindicarte como joven adulta cuando decides marcharte de casa porque ya puedes emanciparte. Y cuando ya eres una adulta, el trato ya es de igual a igual, porque te das cuenta que ya te miran de manera distinta, que saben que tú tomas tus propias decisiones y seguramente se sienten orgullosos de ti (y de rebote, de ellos mismos por ver que no se les ha dado tan mal educarte).

Me he decidido escribir sobre mis padres porque últimamente me vienen ciertos in-puts en relación a ellos que me han hecho pensar mucho en el hacerse mayor. 

Afortunadamente, mis padres han sabido buscar las maneras de pasar el tiempo. Mi madre con talleres de gimnasia, memoria, informática, etc. Además tiene una "colla" de amigas con las que siempre tiene planes. Mi padre ha querido más ejercitar el cuerpo. Se compró una bicicleta y un chándal y cuando no sale a pedalear, se da unos paseos como los recorridos de la maratón. Y no contentos con todo esto, ayudan, como buenos abuelos, a cuidar a mi sobrino cuando sus padres no pueden por motivos laborales.


El que hayan sabido escoger el uso de su tiempo libre me encanta y me tranquiliza. Una vida activa es algo muy importante. Los de mi generación ya sabemos como pasar el tiempo libre, tenemos aficiones, intereses que podemos llevarlo a cabo con facilidad (mientras nuestras responsabilidades estén atendidas).

La relación con los padres cambia, ya lo he comentado anteriormente, y es por eso que quiero saborear este momento con ellos. Lo escribo porque en ocasiones me invade el temor por la huella del tiempo en nuestros cuerpos y nuestras mentes. No somos inmunes al envejecimiento y por eso es importante ser activo el máximo tiempo posible. Una mezcla de tristeza y ese temor vienen a mi mente al pensar que la dependencia que yo tenía siendo chica hacia ellos, puede invertirse con los años. Su presencia en mi vida entonces será distinta y eso es algo inevitable.

Pero todavía no ha llegado ese momento. Hace unas semanas realicé una caminata de quince horas con mi padre. Fue una experiencia inolvidable para ambos. Nunca había pensado que pudiera compartir con él este acontecimiento. Genial, simplemente genial.

Y con ésto ya acabo esta entrada en el blog, que como siempre acaba siendo dispersa (como yo, ¡je je!). Era habitual en mí, detestar hacerme mayor, cumplir años - llamadme Peter Pan, si queréis - pero reflejándome en el espejo de mis progenitores, he podido comprobar con alegría, que hacerse mayor no está tan mal, porque al final, se trata de lo que decidas tú qué hacer con tu vida y tu tiempo de ocio.

Os dejo una canción que me parece muy bonita.

domingo, 2 de marzo de 2014

Prejuicios

Según la RAE:
Prejuicio: 
1. m. Acción y efecto de prejuzgar
2. m. Opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal.



Desde pequeña me enseñaron que los prejuicios son algo malo, algo que no debemos tener y que está mal visto, te hace ser mala persona. Con la edad, me he dado cuenta que es algo inevitable y de difícil escapatoria.

Creo que es algo intrínseco al ser humano el sentir cierto desdén, desconfianza a algo/alguien diferente, que funciona de otro modo al que nosotros consideramos correcto o válido  tanto por convencimiento empírico como por dificultad de cuestionamiento personal de lo adquirido con nuestra educación en nuestra cultura. Vamos, que no nos libramos de ciertos tintes que vienen determinados por la familia y el lugar de origen. 

Sí, sí, hasta el más abierto de mente, tiene algún prejuicio. Tenemos que admitirlo, siempre hay algo que nos desagrada, que no comprendemos y que juzgamos. Dónde hay ideas, hay juicio y dónde hay juicio, hay opinión y hay prejuicio. Y entonces, ¿qué hacemos para librarnos de su mala prensa? No me gusta tener prejuicios y a menudo me encuentro justificándome ante una opinión dicha alegremente que puede ser una valoración injusta o errónea. Por otro lado, me fastidia tener que ir con remilgos ante determinadas situaciones para mostrarme como alguien políticamente correcta. ¿Quién no se ha visto metido en un embrollo o mal rato intentando dar una explicación porque en una conversación pública ha hecho algún comentario sobre las diferencias entre etnias, orientación sexual o género?

Aún así, la batalla no está perdida. Y creo que sé cual es la mejor arma: el sentido del humor. Si partimos de la base de que todos tenemos prejuicios, nos podemos reír de esta "tara" humana. Nos podremos relajar si nos tomamos con humor opiniones que pueden sonar ofensivas pero que de ninguna manera se han verbalizado con la intención de ofender. 

Hace unos meses me llegó un chiste por Whatsapp en el que aparecía la bandera de Gran Bretaña y unas letras que decían: "La asociación de daltónicos de Euskadi os deseamos Felices Fiestas". Me hizo gracia e inmediatamente se lo mandé a un amigo vasco. Al día siguiente, recordé que mi amigo, además de ser vasco, tenía dificultad para distinguir ciertos colores. Y mi mala conciencia empezó a extenderse dentro de mí."¡Madre mía! ¡Qué broma de mal gusto! ¡Pobre, habrá pensado que me río de él!" Seguidamente, le mandé un mensaje pidiéndole disculpas y la fuerza del sentido del humor ganó la batalla. Me contestó que le había hecho más gracia si cabe... Respiré tranquila. 


Chistes como este circulan con gran facilidad y muchos nos hacen esbozar una sonrisa. Si tuviéramos que pensar en si puede ser ofensivo para alguien sería agotador.

Aún así, no quiero que quede la sensación que justifico el contenido de los prejuicios. Siguen siendo dañinos si nacen del odio y del rechazo, si son inamovibles y si no son vividos como prejuicios sino como dogmas de vida.