domingo, 29 de septiembre de 2013

Fruto de la inspiración

Esta mañana he estado haciendo un poco de orden. Tengo por costumbre llevar en el bolso una libreta pequeña y un bolígrafo. Así, si me viene la inspiración, puedo anotar palabras con más o menos sentido y gracia.

Resulta que he encontrado una libreta gastada y hojeando (u ¿ojeando?) he visto este diálogo que escribí hace unos siete meses. Y he pensado en compartirlo. Es un poco extraño aunque para mí tiene sentido. Espero que os guste u os inspire.

- Hola, ¿qué tal?
- Hola, bien, gracias.
- ¿Qué haces?
- Pues, estaba pensando que llevo un tiempo teniendo un deseo. Pensé que era una simple inquietud, pero ahora diría que es un deseo.
- ¿Ah, si? Suena interesante. A mi también me ronda uno. ¿De qué se trata?
- Bueno, en realidad no lo tengo muy definido. Todavía le falta darle forma. ¿Sabes? Quiero construir algo, pero me temo que necesito ayuda. ¿Y qué me dices de tu deseo?
- Pues he descubierto que tengo mucho en mí que quiero darle salida, quiero poder compartirlo. Si te digo la verdad no sé por dónde empezar.
- Sí, es complicado. Y sobretodo porque empiezo a sospechar que nunca lo tendremos claro del todo. 
- Escucha... ¿quieres que te ayude a construir ese algo que deseas?
- ¡Ah! Pues buena idea.  Quizás de esta manera te pueda ayudar a dar salida a lo que quieres compartir.
- ¡Qué bien! Pero estoy pensando ¿y si lo que yo tengo no sirve para tu construcción?
- Bueno, si tú me ayudas, no será sólo mi construcción. Creo que me apetece compartirla, le da más sentido. Sería de los dos. Después de lo que tú aportarías, creo que no pertenecerá a uno sólo. Y si vamos construyendo y vemos que lo que construimos no nos gusta, podemos parar.
- ¿Parar antes de acabar?
- Creo que lo importante no es acabar, sino ir construyendo. Tampoco hay prisa, ¿no?
- Ya entiendo. Pero... ¿parar para qué?
- Um, no sé. Para ver lo construido y valorar si nos gusta, si se puede mejorar y si merece la pena esforzarse. O para darnos cuenta que quizás no queremos construir lo mismo o de la misma manera.
- ¡Ah! Pues... ¡Manos a la obra!

sábado, 21 de septiembre de 2013

Compañera

Sí, tú, compañera... siempre inoportuna. Vienes a mi lado y te quedas ahí, sin hacer nada, sin ninguna propuesta o plan interesante.

Y yo caigo, y me enredo al placer de tu compañía. Y es que eres dulce como un atracón de golosinas, que sabes que acabará con un dolor de estómago pero es inevitable desear prolongar el sabor de fresa en el paladar. Sí, cuando estás conmigo me invade la contradicción.

Esa contradicción que me hace humana pero que como buscadora de la perfección y el control no me puedo permitir ni un gramo. ¡Ah!¡Qué desazón! Quiero deshacerme de ti, sé que las alternativas a tu compañía quizás no son tan placenteras, pero sí más productivas. Y el tiempo es un factor tan valorado (¿o sobrevalorado?)

Márchate, te lo suplico. Cuando me invades, me abandono a tu suerte, al vacío seguro, a la ociosidad. Pero después, después me visita tu hermana la culpa, la responsabilidad y me reprende por andar con malas compañías.

Compañera pereza, sólo quiero pedirte que vengas con cita previa para que esté preparada. Quiero hacerte un huequito en mi vida, pero... no vengas sin avisar ¿es pedir demasiado?



miércoles, 18 de septiembre de 2013

La experiencia marroquí

Hace dos días que volví de mi viaje a Marruecos. Era la primera vez que salía de Europa y viajaba a un país con una cultura bastante diferente a la nuestra.

Lo cierto es que el viaje que he hecho no me ha permitido profundizar en la cultura marroquí, ya que era un viaje organizado y muy encarado al turista. Los marroquíes con los que tuvimos contacto eran personas que se dedicaban al turismo, con lo cual estaban acostumbrados a tratar con los occidentales.

Mientras íbamos en mini-bus por las carreteras de Marruecos de la montaña al desierto, podía ver gente esperando no se qué en los arcenes, bajo un árbol, sentados en el suelo o en una caja. Mujeres y niñas cargaban enormes hatillos de leña, hierba o comida. Bicicletas y motocicletas temerarias, con cascos minúsculos cuando no eran inexistentes. Niños a la caza del turista, intentando venderte cualquier cosa, desde un collar a una pajarita de mimbre, o sino, vendiendo su imagen en una foto por un miserable Dirham (0,10€). En Marrakech, el turista sentía la presencia constante de vendedores, falsos guías y buscavidas. Maneras de vivir, que diría Rosendo.

Pero más allá de las gentes, me impresionó los paisajes por los que pasamos. Los primeros días nos deleitamos con montañas rocosas más allá de los 3000 metros de altura. Fue muy emocionante el ser consciente que habíamos llegado a la cima de una montaña de 4167 metros, el Toubkal. Un reto personal, la sensación de superación física y mental, la alegría de compartir la gesta con unos buenos compañeros de viaje; muchas sensaciones invadían mi mente, mi ser. En la cima, mares de nubes, montañas unas detrás de otras como si no hubiera fin. Y me sentía minúscula ante tanta grandeza y a la vez, grande por estar allí.

Y Marruecos es color arcilla. Muchos poblados estaban construidos con adobe, casas de barro que se camuflaban con el entorno. Era creaciones sorprendentes, sencillas, una mezcla de fragilidad y robustez bastante curiosa. 

Un paisaje para mi realmente nuevo fue el Desierto de Merzouga. Arena naranja, sin mar, sólo arena y de vez en cuando alguna palmera. La experiencia de dormir en una haima como un bereber fue algo divertido. Y montar en dromedario aún lo fue más. Son animales realmente curiosos, con su joroba, su vaivén, su parsimonia y su hábito regurgitador. 


Mi primer viaje de aventura ha sido un éxito. La valoración es muy positiva. Estoy contenta con lo que he vivido y compartido con mis compañeros de viaje: las risas, las canciones, las confesiones, etc. Sin duda, quiero repetir, pero habrá que esperar a la próxima ocasión.