miércoles, 16 de octubre de 2013

¡Hey, qué tengo voz!

Los que me conocen saben que trabajo en el ámbito de la salud mental. Esta mañana he tenido la oportunidad de asistir a una jornada sobre "la Atención Centrada en la Persona" (ACP). Es un, más o menos, nuevo modelo teórico que huye de la posición paternalista o asistencialista en la que muchos profesionales hemos caído alguna vez.

En ocasiones determinamos lo que creemos que es mejor para la persona con la que trabajamos sin tener en cuenta su opinión. Esto sucede y por eso, es necesario un cambio de cultura al respecto. La ACP va hacia ese camino.

Este tema tan sugerente es un debate constante, algo presente en mi día a día laboral. Me surgen muchísimas preguntas al respecto: ¿cómo acompañar a la persona? ¿cómo aceptar que sus recursos para expresar lo que siente o desea son diferentes y para ella, válidos, a los recursos que utilizo yo? ¿cómo saber lo que es bueno y malo para ella? ¿cómo evitar que se me olvide que, a pesar de su trastorno, la persona siente, vive, desea, rechaza, se frustra igual que yo, por las mismas o parecidas cosas que yo?

Son cuestiones que quiero tener presente cada día, cuando entro en relación con el otro. Yo sé mi lugar, pero ¿tengo en cuenta el lugar del otro? ¿quiero entender libremente el porqué actúa así? Craso error creerme con la sabiduría suficiente para conocer la motivación del otro sin ni siquiera preguntarle.

Y la vida, la experiencia, la relación me sorprende cada día. Precisamente esta tarde, en una visita después de la jornada, he encontrado un ejemplo de lo que digo. He recibido un regalo, hoy me han permitido acercarme a su persona. Debería estar más receptiva. En todo caso, he merecido la pena.