domingo, 30 de junio de 2013

¿A qué te dedicas? Soy psicóloga

Parece que el oficio de psicóloga resulta llamativo e interesante. No genera indiferencia, desde luego. Bueno, a mí me fascina, que voy a decir yo.

Al igual que siento profunda fascinación por lo que gira alrededor de sus mitos y tópicos como en cualquier profesión. Bomberos, profesores, médicos, abogados, fontaneros, contables, informáticos, gogos... todos tienen sus tópicos, algunos más ciertos que otros. Los psicólogos no escapamos a ésto.

Pienso que la elección de tu profesión no es 100% casual. Siempre hay algo de tu profesión que te identifica y algo de tu identidad que se refleja en tu profesión.

Dicho esto, me gustaría iniciar con este post el relato de algunas situaciones típicas que me suelo encontrar en alguna interacción social cuando descubren que soy psicóloga.

SITUACIÓN 1:
- ¿A qué te dedicas?
- Soy psicóloga
- ¡Uy, qué miedo! ¿no me estarás analizando? (o respuesta similar)

Ante esta situación suelo tener varias reacciones, ya que no suelo ser psicóloga a tiempo completo. Con el tiempo he de decir que me he relajado y me he acostumbrado. Mis reacciones pueden ser:

1. Les pregunto que de dónde viene ese miedo, como si iniciara un análisis. 
- ¿Miedo? Umm, háblame de ese miedo, ¿por qué?

2. Les hago un falso diagnóstico improvisado.
- Sí, ya me he dado cuento que tienes un marcado carácter obsesivo con rasgos de personalidad esquizoides (y me quedo tan ancha, ¡ja ja!)

3. O les explico que no suelo llevar las gafas de psicóloga todo el tiempo ni voy buscando y escudriñando a todo el mundo.

He de reconocer que la última reacción es la más habitual. Las otras depende de lo juguetona que me sienta. Por otro lado, mis amigos más cercanos me advierten que en ocasiones se me escapa y me sueltan un "ya te salió la vena de psicóloga". No sé, será deformación profesional.

En post venideros ya iré desarrollando otras situaciones que suelen acontecer al confesar mi condición de psicóloga.

viernes, 21 de junio de 2013

Solsticio

Es viernes, nueve y cuarto de la noche más corta y aún es de día. Salgo del gimnasio. El barrio está tranquilo, se nota que este fin de semana tiene un día más. De vuelta a casa, serena, alegre y satisfecha intento cazar la mirada de algún motorista que me cruzo por el camino. Demasiado furtiva, casi insignificante.

Sopla un poco de viento que me hace cerrar los ojos mientras camino. Y me recreo con la sensación agradable de mi cuerpo cansado después del ejercicio. Y mi pelo mojado me refresca las ideas.

Murmullo en las terrazas. Algún petardo solitario seguido de jolgorio adolescente. Pero todo tranquilo, como yo, como mi manera de ver ahora, en este momento la realidad que me rodea. Llego a casa y empieza a brotar mi creatividad con más o menos acierto.

Es viernes, a nuestra espalda una semana que ya no volverá. Ante nosotros un fin de semana veraniego que nos brinda la oportunidad que nos da el tiempo libre y a nuestra disposición.

¿Qué otra cosa podemos hacer a parte de disfrutarlo? Es mi propósito.

domingo, 16 de junio de 2013

Finales felices...

Lo confieso. En ocasiones, veo comedias románticas. Y cuando las veo, me gustan. Sí, me gustan. A pesar que muchas se parecen entre sí, acabo pasando un buen rato.

Las comedias románticas se preparan con los siguientes ingredientes:

- Pareja carismática de actores, normalmente de buen ver.

- Alguno de los dos puede ser el torpe, el duro, el que no se quiere enamorar, el graciosillo...

- Al principio hay conflicto y algo de la trama hace que los protas se vean obligados a estar juntos, pasar tiempo con continuas discusiones y luchas de poder, aliñadas con una visible tensión sexual no resuelta.

- Hay alguna mentira, algo que no se ha confesado o que por vergüenza no se dice en el momento adecuado porque hay riesgo de que lo bonito que está empezando pueda romperse. Esta mentira se acaba averiguando con la consecuente ruptura y decepción.

- Y sobretodo, sobretodo, hay un final feliz. Hay una persecución para no perder a la chica/chico de sus sueños, porque es ahora o nunca... Seguir un taxi, parar un vuelo, interrumpir una boda, etc.

¿Por qué me gustan? Porque me gusta pensar que todo es posible. Me gustan los finales felices. A pesar de haber mostrado partes turbias de su personalidad, por ese amor tan verdadero e intenso merece la pena superar la mentira, el desengaño y las dificultades. Y aunque la peli se acaba sin saber si ese amor es caduco o no, siempre me creo que será perenne, porque quiero quedarme con un buen sabor de boca.